martes, 26 de abril de 2016

HISTORIA

Hace rato quiero escribir un libro sobre mi historia. 
Será una más, pero bueno, también resulta ser la mía.
Por supuesto que todo el devenir de mi vida fue lo que me hizo culminar en este martes 26 de abril del 2016 a las 21:17 en el estado en que estoy.
Pero no creo necesario redactar años de anécdotas y acontecimientos. Porque este dolor no resume toda mi vida. Sólo una partecita pequeña de ella. Sólo medio año y monedas.
Cuando lo conocí, pensé que había dejado atrás la etapa de soledad e incertidumbres. Pensé que la vida me había mandado un hermoso regalo, que al fin tenía lo que merecía. "Mi lindo chico" me cuidaba y me mimaba mucho más de lo que nadie lo había hecho. O al menos yo en ese momento lo sentía así.
Pronto adquirió el hobby de dejarme porque sí y de volver a buscarme unos días después. Yo me enamoré de él entero, incluyendo ese pequeño detalle de su enorme egocentrismo. ¿Qué más podía hacer? Me dejé acuchillar. Pero no es mi culpa. Lo entendí bastante rápido. Cuando te acuchillan, no es tu culpa por sólo haber estado justo pasando por ahí. Es culpa del que va armado y con los ojos vendados. Porque él nunca, jamás, me miró. 
En el medio de esos días complicados del Juego del miedo (él jugaba, yo seguía sus reglas y sufría), perdí a mi papá. Empecé a tener ataques de pánico y mi psicóloga me derivó a un psiquiatra que me medicó. En poco tiempo mi vida cambió mucho: de repente tenía mucho sueño, de repente no podía tomar cerveza, de repente andaba colgadísima y muy triste. Me diagnosticaron depresión y trastorno de ansiedad (!). 
"Mi lindo chico" me dejó rápida y definitivamente después de esto. Me usó durante un tiempo, pero yo ya no le servía. Desgastó la vida útil de mis baterías y cuando estuve rendida, angustiada, asustada, me dejó para siempre. Todavía recuerdo un ataque de pánico que tuve en su cama, en el cual, mientras yo temblaba de pies a cabeza sin poder parar, él se dio media vuelta y se durmió. Cerró la puerta de mi casa y nunca volvió a mirar atrás. De la noche a la mañana dejó de escribirme, de llamarme, y de quererme, por sobre todo (andá a saber qué clase de amor es ese). 
Me hundí cada vez más. Lo busqué, lo encontré, lo perdí. Lo adoré, le escribí, lo pensé. Lo odié. Lo amé. Lo lloré.
Hace unos días me desperté de ese mal sueño con la medicación en la mesa de luz y más de cuarenta cortes en mi brazo: algunas cosas fueron reales.
Ahora es hora de convertir su pesadilla en mi sueño. 
Y la única forma que conozco de afrontar el dolor, es transformándolo en palabras que me hacen libre. 
Anoche tuve una pesadilla.
Soñé que recaía.
Que te llamaba, venías y me regalabas una taza en la que decía "la vida es hermosa, hay que vivirla". Me estabas gastando, como tantas otras veces, burlándote de mi dolor.
Yo lloraba, me enojaba conmigo, me puteaba. Me preguntaba repetidamente "¿qué hice?!". Me arrepentía tanto, tanto, que fue un alivio despertarme y ver
que sólo había sido un mal sueño.
Prefiero una realidad en la que no estás
a un sueño que convertís en pesadilla.


Este espacio es transitorio. Porque habla de mi dolor.
Y mi dolor también lo es.